Hace casi una década, la ornitóloga Ruth Bennett se encontraba en Honduras estudiando al Chipe Alidorado, una especie en declive y poco comprendida, cuando notó un patrón sorprendente. Las aves cerca de la universidad en donde residía eran en su mayoría hembras. Los machos, con sus distintivas pecheras negras y sus brillantes coronas doradas, se congregaban más alto en la montaña, en un bosque húmedo y denso. Sin embargo, sin datos más rigurosos, el plan de conservación que coescribió no tenía en cuenta las distintas áreas de invernada de machos y hembras en los mapas de su hábitat.
Su observación era mucho más importante de lo que ella creía en ese momento. Debido a que los Chipes Alidorados hembras se agrupan en forma consistente en elevaciones más bajas que los machos durante el invierno, su investigación posterior reveló que los desarrolladores tenían más probabilidades de destruir su hábitat. Las hembras perdieron el 8% de su zona de distribución entre 2000 y 2016, mientras que los machos perdieron tan solo el 4%.
"En realidad, las hembras corren el doble de riesgo que los machos y, sin embargo, no estábamos pensando en eso ni teniéndolo en cuenta", dice Bennett. Al revisar las estadísticas, ella y sus colegas el año pasado. Descubrieron que hasta dos tercios de las especies vulnerables de aves terrestres migratorias de América del Norte pueden pasar el invierno en diferentes hábitats en función del sexo, un factor considerado en menos de 1 de cada 10 planes de conservación.
Otra investigación ha señalado una conclusión similar: Las aves hembras a menudo no se contabilizan —y se pasan por alto— un hecho que socava no solo la conservación, sino también la ciencia ecológica, ambiental y evolutiva fundamental.
Un estudio de 2019 que incluyó cinco grandes museos de historia natural mostró que las hembras comprenden solo el 40 por ciento de las vastas colecciones de aves con siglos de antigüedad. Esta tendencia puede no parecer gran cosa, dicen los autores, pero ignorarla puede perjudicar los conocimientos extraídos de estos valiosos tesoros. Los científicos, por ejemplo, pueden analizar cómo los niveles de contaminantes han cambiado en los ecosistemas a lo largo de las décadas mediante el análisis de especímenes de aves. Sin embargo, los machos y las hembras de muchas especies buscan alimentos de manera diferente, por lo que es probable que sus tejidos absorban contaminantes en diferentes concentraciones.
Las aves hembras no suelen ser rechazadas a propósito. Tanto los observadores de aves expertos como los aficionados pueden fallar o tener problemas para identificar a las aves hembras, que a menudo son más tenues en cuanto a color y comportamiento. En otras especies, los machos y las hembras son casi imposibles de distinguir sin análisis de sangre, lo cual dificulta definir el sexo. Cuando los científicos reproducen llamados aviares para atraer a las aves tímidas con el fin de contarlas, es más probable obtener una respuesta de parte de los machos territoriales, inclinando aún más la balanza.
Por otro lado, existen algunas suposiciones que están completamente equivocadas, cuenta Karan Odom, investigadora del Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell. Durante siglos, los expertos pensaban que solo las aves machos cantaban, generando así una profecía autocumplida: Si un ave canta, el oyente puede pensar que es un macho y marcar la casilla incorrecta en su aplicación u hoja de datos. Un creciente conjunto de evidencia ahora muestra que las aves hembras cantan con más frecuencia de lo que nadie pensaba. Entre las especies sobre las cuales existe información, se estima que el 70% de las hembras—desde el Alcaudón Americano hasta el Chipe Cerúleo—emiten cantos, ya sea por su cuenta o en dúo con un macho. Odom y sus colaboradores planean usar estas nuevas ideas para revisar la historia de la evolución del canto de las aves.
"Si nos centramos en un solo sexo, y nos enfocamos solo en los machos, estamos ignorando la otra mitad de la respuesta", dice.
Documentar el sexo de un ave a veces cuesta a los investigadores tiempo y dinero, pero corregir el desequilibrio puede ser tan simple como crear conciencia. "En la mayoría de los casos, si sabe que existe un sesgo, puede empezar a tenerlo en cuenta", sostiene Alexander Bond, biólogo conservacionista del Museo de Historia Natural de Londres y coautor del estudio de colecciones del museo. El número creciente de científicas mujeres también pueden ayudar: De acuerdo con la investigación no publicada de Odom, es más probable que presten atención a las canciones de sus contrapartes aviares.
Para mejorar las posibilidades del Chipe Alidorado, Bennett ahora está recopilando más datos para que, el próximo año, se pueda revisar el plan de conservación de las aves con el fin de proteger mejor tanto a los machos como a las hembras. "Le ha tomado mucho tiempo a la comunidad ornitológica romper con este sesgo", comenta. "Se han logrado grandes avances en los últimos 20 años, pero aún queda trabajo por hacer".
Esta historia se publicó originalmente en la edición de primavera 2020 como "All Due Respect". Para recibir la revista impresa, hágase miembro hoy mismo .