Ciegas, calvas y vulnerables, muchas aves bebés no pueden valerse por sí mismas. Son altriciales, es decir que necesitan atención paternal, si no es de aves adultas, de seres humanos. El fotógrafo sabe esto por propia experiencia. Es un rehabilitador voluntario de vida silvestre para en la ciudad de Nueva York, donde ha convertido a algunos de sus pacientes aviares en sujetos. A él le llaman la atención las aves jóvenes porque su aspecto desgarbado y extraño es muy diferente de su forma adulta. "Es asombroso cómo se vuelven tan elegantes", dice Garn.
Dolores de crecimiento (arriba)
Crecer casi nunca es una transición sin problemas. Pero lo que parece ser un mal día para este polluelo de paloma es solo un paso en el proceso de convertirse en adulto. Aproximadamente a los 12 días de edad todavía muestra plumaje amarillo, pero también tiene algunas plumas encañonadas, que perforan la piel y se despliegan cual banderas. Sin embargo, estas plumas no durarán mucho. Unas semanas después de emplumar, algunas palomas comienzan su primera muda. Debido a que desprenderse de las plumas viejas puede ser un proceso lento, las aves emplumadas pueden tener plumas juveniles, de la primera y de la segunda muda al mismo tiempo.
Supervivencia al desnudo
Las aves altriciales nacen calvas o con parches de plumón de nacimiento, como este polluelo de perico monje argentino (izquierda). Nació de un huevo puesto por un ave rescatada, y Garn la fotografió justo después de romper el cascarón, mientras aún tenía restos de cáscara pegados a su cuerpo. Solo un par de días mayor, este gorrión doméstico (derecha) fue traído como huérfano. Completamente ciego todavía, igual que la cotorra, el gorrión pide alimento con su boca de colores brillantes. Ese color comenzará a desvanecerse solo una vez que el ave haya emplumado completamente.
Cada vez más brava
Aunque la paloma doméstica es común en la mayoría de los Estados Unidos, puede ser difícil encontrar polluelos. Este no fue el caso de Garn, que eligió al ave como su musa reciente e incluso crió a una desde que era un huevo, tomando fotografías en su estudio cuando el ave tenía cuatro días (izquierda). Estirándose y tropezando, una segunda paloma, fotografiada en la casa de un rehabilitador, prueba sus nuevas patas. Luego, se unirá a otros de su especie como navegador experto, una de las razones por las que los seres humanos han confiado en las palomas para enviar mensajes durante miles de años.